El flechazo de Rosa y Leonardo Alfonso es claramente impuntual e inoportuno
Rosa está luchando por la vida de un bebé que acaba
de parir, y Leonardo Alfonso mastica la amargura de un amor que no lo
satisface.
Sin embargo, el hechizo es irrevocable. Pero el bebé de Rosa
muere en una explosión accidental y a ella se le mueve algo en el
pensamiento, que, extrañamente, la vuelve más simpática, inteligente y
encantadora. Los médicos que estudiarán su caso, concluirán que esas
manifestaciones no son indicios de su fortaleza frente a la tragedia,
sino, al contrario, las pruebas de un irrebatible trastorno mental.
Diez
años más tarde, y sin haber visto más a Leo, Rosa conoce a Luis
Enrique, un homosexual furtivo que la contratará para hacer el
fingimiento de su virilidad frente a su padre y sus hermanos, tarea que
hará Rosa de buen grado, sin sospechar la andanada de sorpresas que la
espera.
El primer sobresalto sobrevenderá cuando se encuentre de nuevo
con Leonardo Alfonso, quien resulta ser el hermano mayor de Luis
Enrique. Luego quedará pasmada al descubrir que el hijo al que ella
creía muerto, en realidad le fue robado cuando ocurrió aquella
explosión, y ahora crece como el hermano menor de Leonardo y de Luis.
No
obstante, más allá de que la enfermedad de su cabeza tiene cura, y de
que incluso su solución se basa más en el cariño que en los fármacos, el
gran pasmo de Rosa ocurrirá cuando compruebe que el mundo de los
“cuerdos” convierte en basura a los pacientes psiquiátricos. Entonces le
tocará demostrar que a menudo las personas “normales” están más
chifladas que las que habitan los manicomios, y, mientras recupera su
cordura, le dejará claro a la humanidad que los “locos” también derecho
al amor.